Salvador Rus Rufino
Director de la Cátedra de Empresa Familiar de la Universidad de León (1)
Los datos económicos publicados a lo largo de estos últimos meses sobre la intensa crisis que tiene en jaque, a veces mate, a familias, empresas y a amplios sectores de la sociedad española, dibujan un panorama gris, tirando a negro. Pero no cabe duda de que si se toman medidas concretas y se decide fomentar sectores que pueden crecer, se llegará a ver un pequeño atisbo de luz al final del túnel de la depresión económica, cuya resolución todavía parece quedar lejos, a pesar de la insistencia de algunos políticos de que pronto habrá una mejoría, fijándola siempre para el segundo semestre del año, que confunden realidad con deseos, pero eso es normal en la España en la que vivimos.
El paro registrado por el INEM y en la Encuesta de la Población Activa ha marcado un nuevo récord histórico. Los parados se incrementan cada semana, cada día, cada hora. La mitad de ellos procedentes del sector servicios, el más importante dentro de la estructura económica moderna, hasta alcanzar una cifra escalofriante que tiene que hacer pensar a los políticos. En paralelo, las estadísticas oficiales confirman que el deterioro tiene otras derivaciones: el descenso de afiliados a la Seguridad Social y una caída notable en el número de nuevos contratos. Ambos factores dificultan el mantenimiento de la red asistencial que cubre a los parados, mermar los ingresos públicos. La contratación, además de escasa, sigue siendo coyuntural: la mayoría de los nuevos contratos de trabajo son temporales, nadie se arriesga en estos meses a ofertar contratos indefinidos o de larga duración, porque la confianza en que en el futuro todo mejore es cada vez menor: nadie cree el optimismo de algunos responsables políticos.
Con este desalentador panorama es necesario realizar un diagnóstico valiente y veraz sobre la incidencia de la recesión y que, partiendo de la actual situación económica, sea capaz de ofrecer y proponer fórmulas para intentar cambiar la tendencia. El futuro económico de España es preocupante y, además, se ve sometido a factores externos. Desde estas páginas habría que animar a todos a proponer y abordar reformas en profundidad en materia educativa, orientando los ciclos formativos hacia los sectores económicos de futuro. También reformas financieras, sobre todo en favor del tejido empresarial de pequeño y mediano tamaño, que son los que con más dificultad pueden llegar a alcanzar financiación para su desarrollo o supervivencia. Y ayudar y fomentar el crecimiento de aquellos sectores con potencialidad de empleo: cultura, turismo, medio ambiente y comunicaciones. Hay que trabajar en esa dirección. La economía española y las economías regionales no pueden permitirse seguir como están si se quiere salir del agujero. Y menos aún pensar que todo va a ser mejor, sin ofrecer razones fundamentadas, en el segundo semestre de un año que se está mostrando mucho peor de lo que los políticos nos habían vendido.
Y en este panorama la responsabilidad de la empresa familiar es determinante. Sabemos que son las más activas en la innovación y en la creación de empleo, y las más lentas en el proceso de destrucción de puestos de trabajo. Por tanto, si salimos de la crisis se deberá a que nuestros responsables políticos han generado un marco que permite el desarrollo, el crecimiento y la expansión de la empresa familiar. O dicho con otras palabras, la han dejado en paz para que ella cumpla con su función que es generar empleo e incrementar la productividad porque tiene como fines la generación de riqueza y bienestar en un entorno geográfico concreto y desde ahí a todos los mercados.
(1) La Cátedra de Empresa Familiar de la Universidad de Jaén quiere agradecer a Salvador Rus Rufino su colaboración con este artículo que fue publicado en el Boletín especial de la Cátedra en el año 2011, con motivo de la celebración de su 10º aniversario.